Una
de las cosas que nos ocurre cuando recibimos palabra de parte de Dios,
es que pensamos y sentimos que la palabra está dormida. Pensamos que
nada ocurre, porque la palabra, a veces, no da explicaciones, ni da
consuelo. Esto provoca en el interior algo que no entendemos. Vemos lo
que no esperamos, y no se cumple la palabra. Pero, cada vez que Dios
dice algo y declara algo desde los cielos sobre tu vida, el la palabra
no se haya cumplido, no quiere decir que nada esté pasando para su
cumplimiento.
Dios
le dijo a José que le haría el primero. Por trece años, ocurrieron
sucesos tras sucesos que, aparentemente, eran contrarios a lo que Dios
le había dicho. No era que la palabra estuviese dormida y que nada
estuviese pasando. Por el contrario, todo lo que estaba pasando era
precisamente para el cumplimiento de la palabra. Y llegó el momento en
que la palabra despertó en su espíritu y se hizo realidad.
Nuestro
consuelo no es la palabra, sino la revelación de la confianza de que,
cuando llegue el momento preciso, esa palabra que -aparentemente- ha
estado dormida, va a despertar y va a hacer que se cumpla lo que Dios
prometió.
Lo
mismo sucedió con David: Lo ungieron como rey, y él pensó que ahora
todos lo amarían, pero lo enviaron al lugar donde estaba antes, con las
ovejas. De allí, sale un gigante. Aquel gigante sale por la unción de
David. El gigante no llegó para destruir a Jerusalén, sino porque David
estaba ungido para matar gigantes. Había un hombre con una unción
escondida que tenía que ser manifestada. Después de eso, David tuvo
diferentes situaciones con su familia, pero finalmente lo que Dios le
prometió se cumplió.
Aunque
pienses que la palabra no se está cumpliendo, no vivas buscando
explicaciones, ni buscando consuelo, sino sostenido por una sola cosa:
La revelación de la palabra. Si Dios lo dijo, él lo va hacer, y él
apresura el cumplimiento de su palabra sobre tu vida.
Despierta la palabra de Dios que ha sido depositada en tu vida.
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