Este manto que cayó desde los aires cuando Elías ascendía



Eliseo fue un hombre escogido por Dios para sustituir al profeta Elias. Sus primeras experiencias fueron claves para el resto de su ministerio. 

Texto bíblico: 2 Reyes 2.13–18

Desde que Eliseo sacrificó sus bueyes y quemó su arado, habían pasado unos diez años. Durante este tiempo muy poco se dice acerca de él excepto que «servía» como asistente de Elías y esto lo hizo con lealtad hasta el último instante. Ahora se presentaba la perspectiva de mostrar que «el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel» (Lc. 16.10). Aun antes de su llamamiento había dado pruebas de fidelidad en su silencioso trabajo como labrador y productor de alimentos para el sustento del hombre, tarea que en todo tiempo y lugar ha sido respetada y honorable. Ya en aquel entonces, aparte de cultivar la tierra, Eliseo estaba cultivando un espíritu de servicio al prójimo que sería luego profundizado durante el período en que actuó como siervo asistente de Elías.

El manto de Elías

Después de haber rasgado sus vestidos y expresado su profundo luto por la separación, Eliseo «alzó el manto que se le había caído a Elías» (v.13). Es de suponer que el manto se le había caído cuando estaba siendo elevado hacia el cielo en el torbellino. Podemos imaginar que Eliseo, al observar fijamente cómo Elías ascendía y se iba alejando, repentinamente ve que algo se desprende de aquel fogoso cortejo angelical, comienza a descender y cae finalmente sobre la tierra. Es evidente que el cronista sagrado comprendió la importancia trascendental de este evento, pues en dos oportunidades registró la frase «el manto que se le había caído a Elías». Dos verdades se desprenden de este hecho. La primera es que, en su nueva condición celestial, Elías ya no requeriría el uso de este manto ni para adorno ni para abrigo, y menos aún para cubrir su rostro (1 Re 19.13). Ya podía mirar al Señor «cara a cara» (1 Co 13.12) porque ya estaba revestido de la «habitación celestial» (2 Co 5.2). Además, no existen evidencias en las Escrituras de que en el cielo se ejercite el ministerio profético pues «las profecías se acabarán» (1 Co 13.8), aunque sí se habla del tiempo «de dar el galardón a... los profetas» (Ap 11.18).

La segunda es que la caída del manto de Elías, y su alzamiento por parte de Eliseo, vienen a ser la cristalización de las promesas de Elías al pedido de su siervo. Además, el manto representa el ministerio profético que ahora lo acredita como legítimo sucesor. Vino a ser señal visible de que la doble porción del espíritu solicitada estaba ya operando en él. Es el mismo manto que Elías había arrojado sobre él cuando estaba arando con sus bueyes en Abel-mehola. En aquella oportunidad, Eliseo comprendió de inmediato el significado del acto realizado por Elías, interpretándolo como un claro llamamiento para alistarse al servicio de la causa de Jehová.

Ahora, en circunstancias aún más espectaculares y conmovedoras, el mismo manto vuelve a caer. Esta vez cae no por un acto intencional de Elías, sino como el envío de Aquel que controla en forma minuciosa todos los detalles grandes y pequeños en la vida de sus siervos. Las palabras «se le había caído» parecen sugerir un acto casual, pero bien sabemos que para Dios no hay casualidades y menos en circunstancias tan cruciales como las que estamos analizando. Una vez más, Eliseo comprendió el significado de la caída del manto, e inclinándose, lo «alzó» (v.13) y lo tomó para sí en un acto de apropiación del oficio que representaba, y del poder recibido para cumplirlo.

Al mirar un poco hacia atrás, también encontramos que este manto había estado con Elías en la misma presencia de Jehová. En 1 Reyes capítulo 19 tenemos el relato del encuentro de Elías con el Señor, en «Horeb, el monte de Dios». Allí «Jehová le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová». El pasaje relata que en «ese momento pasaba Jehová y un viento grande y poderoso rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Tras el viento hubo un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Tras el terremoto hubo un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego se escuchó un silbo apacible y delicado. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto» (1 Re 19.11–13). El viento, el terremoto y el fuego fueron manifestaciones del poder de Jehová. que deben haber hecho temblar al profeta. Sin embargo, fue en el silbo apacible y delicado donde detectó la presencia de Jehová que le obligó a cubrir su rostro con el manto. Esta es la primera ocasión en que se menciona el manto de Elías, pero ¡qué ocasión! ¡Nada menos que en la presencia del Señor! De allí en más lo llevaría consigo todo el tiempo. Sería un constante memorial que le ayudaría a recordar que había estado en la misma presencia de Jehová. Es el mismo manto de la presencia de Jehová que divide las aguas del Jordán, y que luego echa sobre Eliseo. Este manto que cayó desde los aires cuando Elías ascendía, es el que ahora también le habla a Eliseo acerca de la presencia de Jehová que lo ha de acompañar en su servicio. El hombre de Dios da primordial atención en su vida a la presencia del Señor y cultiva el hábito de estar en ella y disfrutarla.

El cruce del Jordán

«Regresó y se paró a la orilla del Jordán» (v.13b). De esta manera el «hombre de Dios» se somete a la primer prueba de su fe en el ministerio. En este caso su fe no es probada por fuego, sino por agua. A sus pies corren presurosas las aguas del río. En la margen opuesta yace la tierra donde debe ejercer su ministerio. El río se interpone entre él y su empresa. A poca distancia, cincuenta miembros de la comunidad de los profetas de Jericó miran atentamente el giro de los acontecimientos. ¿Se repetirá por tercera vez el milagro? ¿Volverían las aguas a «amontonarse» (Jos 3.16) o a apartarse «a uno y a otro lado» (2 Re 2.8)? Eliseo formula la pregunta: «¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?» (v.14). No debemos interpretar esta pregunta como la expresión de duda por parte de Eliseo, sino como una especie de desafío, quizá para testimonio a los «hijos de los profetas» que lo observaban desde la ribera opuesta. Si hubiera tenido dudas aguardaría una respuesta. Sin embargo, tan pronto formula la pregunta actúa con determinación porque tenía en su mano precisamente el manto que hablaba de la presencia de Jehová. La lógica respuesta que el mismo Eliseo daría a su pregunta: «¿Dónde está Jehová?» es: «¡Aquí, junto a mí!». «Apenas hubo golpeado las aguas del mismo modo que Elías, estas se apartaron a uno y a otro lado, y Eliseo pasó» (v.14). Procedió «con fe, no dudando nada» (Stg. 1.6) y Dios honró la fe al inaugurar su ministerio con un milagro semejante al que obró con Josué, cuando el pueblo de Dios entró en la tierra de la promesa. Además, era idéntico al que pocas horas antes se había realizado como corolario de la carrera de Elías en la nación de Israel. Eliseo comienza donde Elías concluyó. Su primer milagro es igual al último de Elías de modo que hay continuidad y no se produce ningún vacío o ausencia de autoridad profética. El plan divino había sido: «a Eliseo ungirás para que sea profeta en tu lugar» (1 Re 19.16), y así se cumplió.
Dios honra a quienes le honran y por medio de esta acción de fe, «el hombre de Dios» recibe por respuesta la acción divina que le confiere una posición de autoridad, y la seguridad de que su presencia está con él. Entonces «los hijos de los profetas que estaban al otro lado en Jericó dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo» (v.15). Al ver con sus propios ojos este milagro, reconocieron que Eliseo era ahora el instrumento escogido por Dios para ser profeta en lugar de Elías (comp. 1 Re 19.16). Por eso, fueron enseguida a recibirlo, y «se postraron delante de él» (2 Re 2.15b, RV-95) en actitud de reconocimiento. Ellos pertenecían a una escuela, su vida estaba dedicada a los estudios, mientras que Eliseo solo era un labrador. Sin embargo, cuando perciben que el espíritu de Dios está con él, y que este es el hombre a quien Dios quiso honrar, con buena disposición, se someten a él (Comp. Jos 1.17). Aquellos que demuestran tener el espíritu de Dios y en quienes la presencia de Dios se manifiesta, deben recibir nuestra estima y nuestros mejores afectos, no importa cuán humilde haya sido su fondo cultural o su entorno social. Todo esto, sin duda, fue un buen estímulo para Eliseo, y le sirvió como nueva confirmación de su vocación.

La búsqueda infructuosa

La comunidad de profetas de Jericó reconoció la investidura de Eliseo, y al ver el manto de Elías en su mano, supieron que algo le había ocurrido a Elías. Sin embargo, les resultaba difícil tener que aceptar el hecho de no verlo más. Después de tantos años de seguir su liderazgo, la personalidad de Elías estaría arraigada de tal modo en sus corazones que no les permitía reconciliarse con el hecho de que su partida era algo definitivo.

Lo primero que le dijeron a Eliseo, su nuevo líder, estaba relacionado, sin duda por razones melancólicas, con la persona de Elías. «Aquí hay entre tus siervos cincuenta hombres fuertes. Deja que vayan y busquen a tu señor ahora; quizá lo ha levantado el Espíritu de Jehová y lo ha arrojado en algún monte o en algún valle» (v.16).

En estas palabras detectamos tres indicios que señalan falta de discernimiento espiritual por parte de los jóvenes profetas. En primer lugar, ellos mismos habían testificado que Jehová habría de quitar a Elías ese día (v.15) y sin embargo, ahora procuraban volver a encontrarlo. En segundo lugar, confiaban en la capacidad de sus mejores hombres, cincuenta varones «fuertes» para organizar la búsqueda y poder encontrarlo. Finalmente, demostraron tener un concepto muy mezquino con respecto al Espíritu de Dios. Esta no es por cierto la forma en que el Espíritu del Señor, «el Consolador», procede con los siervos de Dios. No los levanta a cierta altura para luego arrojarlos en algún cerro o valle en forma despectiva.

Eliseo les respondió en forma breve: «No enviéis». Bien sabía él que solo sería una pérdida de tiempo y un esfuerzo innecesario y desperdiciado. ¡Buscar a Elías por los montes y valles sería como buscar a Jesús en las tumbas de un cementerio! Sin embargo, ellos insistieron hasta el cansancio.

La propuesta de los profetas podría además insinuar que algunos de ellos se resistían a aceptar el nuevo liderazgo y pensaran para sí: «Asegurémonos primero que Elías realmente ha desaparecido. Reunamos todas las evidencias posibles». Ante tal presión y quizá para evitar que pensaran que él tenía falta de interés y respeto para con su ex-maestro, o que tenía temor de perder su derecho al manto si ellos lo encontraran, finalmente accedió, y dijo: «¡Que vayan!» (NBE).

La búsqueda se extendió por tres días pero fue infructuosa: «No lo hallaron» (2 Re 2.17). Existe un atractivo paralelo entre este pasaje y los relatos tocantes a Enoc en Génesis 5.21–17 y Hebreos 11.5. Allí nos dice que Enoc «no fue hallado, porque lo traspasó Dios». Recorrieron montes y valles pero todo fue en vano. Cincuenta hombres perdieron tres días cada uno, o sea un total de ciento cincuenta días. ¡Cuántas veces perdemos tiempo inútilmente por falta de discernimiento espiritual, o por no querer aceptar las circunstancias que Dios nos ha impuesto! Recorrer montes y valles jamás nos llevará al encuentro de Elías, pero sí lo podremos lograr si imitamos su celo y su fe.

Al regresar a Jericó con las evidencias de cansancio y fracaso en sus rostros, Eliseo les preguntó: «¿No os dije yo que no fuerais?» (v.18). Esta circunstancia sirvió para reforzar aún más la autoridad de Eliseo para con la comunidad de los profetas. A nosotros, este incidente nos presenta dos valiosas lecciones. La primera es que una característica saliente del hombre de Dios es que tiene discernimiento espiritual. La segunda es que sus palabras están siempre respaldadas por la autoridad de Dios evidenciada en los hechos.

Hasta aquí la reseña de la historia que hemos realizado, donde hemos acompañado a Elías Tisbita y a Eliseo hijo de Safat, su ayudante, en las distintas experiencias que compartieron. Esto nos ha permitido obtener una apreciación de la base y el trasfondo en los cuales, por muchos años, el Señor estuvo forjando el carácter de Eliseo para cumplir un brillante ministerio, para la gloria de Dios y la bendición de su pueblo Israel.

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