Lucas 6:20-26, Jesús declara las
bienaventuranzas. Con sus palabras, Jesús comparó el espíritu con
necesidades físicas. Él dijo: Bienaventurados los que tienen hambre. Tu
espíritu no sufre hambre; tu cuerpo experimenta hambre. Cuando hablamos
de que tenemos que buscar a Dios en el espíritu, decimos tener hambre de
Dios. Pero, ¿cómo se tiene hambre de Dios? Es un concepto que lo que
nos dice es que, de la misma manera que experimentas hambre en tu
cuerpo, tu espíritu tiene que desear a Dios.
La pelea más grande que tienes no es con
el diablo, sino con tu corazón, porque el mal –dijo Jesús – no está
fuera, sino dentro de ti. Lo que contamina al hombre no es lo que entra,
sino lo que sale de él. Cuando no entiendes eso, te haces víctima del
mundo, sobreestimando la opinión de los hombres, y sobreestimando este
mundo.
No es que las cosas materiales no sean importantes. El carro, la casa, son importantes, pero no puedes darle importancia de más.
Con estas palabras, Jesús no solo nos
muestra este principio, sino que nos dice que la satisfacción de
nuestras necesidades naturales proviene del espíritu. Jesús dice:
Bienaventurados los pobres porque serán saciados. No dice que los pobres
tendrán riquezas, sino que serán saciados. Jesús ata un aspecto físico,
a uno espiritual, queriendo decir que la mayor satisfacción que tú
puedes recibir de tu condición natural, no se encuentra en lo natural,
sino en las cosas del espíritu.
Todos necesitamos comer, pero, cuando
comemos de más, no es porque el cuerpo lo necesite, sino porque, muchas
veces, nuestras emociones nos llevan a comer. Todos necesitamos comprar
ropa, porque todos tenemos necesidad de vestido. Tu cuerpo necesita
ropa, pero la mayoría de las compras que hacemos no son porque el cuerpo
las necesite, sino porque nos hace sentir bien.
Como se salva el
hombre? Son muchas las respuestas a esta pregunta sin embargo la Biblia
es clara al respecto. Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3: 16
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