Qué Voz tu Estás Escuchando

Dice la palabra, en Hebreos 12:24, que la sangre de Cristo habla mejor que la sangre de Abel. Así que, la sangre de Cristo no tan solo tiene poder, sino que habla. ¿Cuál es la voz más presente en tu mente? La voz a la que tú le prestas atención, la que cautiva tu mente y captura tus pensamientos es la voz que dirige tu vida. 

La sangre de Cristo, desde hace dos mil años atrás, está tratando de hablarle al hombre, está tratando de hablar a tu vida.
¿Qué reclamaba la sangre de Abel? Venganza, culpabilidad. En Génesis 4, vemos el momento en que tanto Caín como Abel se presentan delante de Dios, cada uno con una ofrenda. La ofrenda de Caín no fue aceptada por Dios, mientras que la de Abel sí. Caín se molestó con Dios, pero se desquitó con Abel.

De la misma manera, hay gente en tu vida molesta porque no han sabido ganarse el corazón de Dios y se desquitan contigo porque ven la mano de Dios sobre tu vida. Ellos quisieran lo que tú estás obteniendo, un matrimonio como el que tú estás teniendo, la victoria que tú estás teniendo. Y se molestan con Dios, pero tratan de destruirte a ti, porque tú les acuerdas a ellos todo lo que ellos no son delante de Dios.
Cada vez que Caín veía a Abel, lo que veía era todo lo que él debía ser, pero que no estaba dispuesto a ser.

Caín mató a Abel, y Dios le dijo a Caín que la voz de la sangre de su hermano, Abel, clamaba a él desde la tierra. Entonces, Dios le dijo que, cuando labrase la tierra, esta no le daría su fuerza, y que sería errante y extranjero en la tierra. A lo que Caín respondió: Grande es mi castigo para ser soportado.
La sangre de Cristo viene a quitar de tu vida todo aquello que tú no puedes soportar.

¿Qué tú no puedes soportar? Quizás tu manera de vivir o la forma de pensar. Miras lo mal que has hecho y lo grande de tu castigo, y la mente de dice: Lo que estás viviendo, te lo mereces. Y hasta que no pagues esa deuda emocional, física, espiritual, seguirás sufriendo, seguirás viviendo de la misma manera. Por eso tanta gente se suicida; porque no pueden soportar; no pueden soportar la tristeza, la amargura, el dolor, la traición, el abandono. Y peor aún, la voz que oyen les dice: Tú eres el culpable.
Eso era lo que oía Caín. Cuando labrase la tierra, esta le produciría cardos y espinas. Caín sembraría con un propósito, y recibiría otra cosa. Esta sería la manera en que la voz de la tierra le recordaría lo que hizo, en lugar de haber agradado a Dios. Dios le dijo a Caín: Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? En otras palabras, le dio otra oportunidad para que lo hiciera bien. Pero no; se desquitó con Abel, matándolo, y ahora la tierra le produciría cardos y espinas. Todos los días tendría en sus manos el fruto de sus acciones, y produciría, sobre todas las cosas, culpabilidad. Aquello le recordaba: Esto tienes, por lo que le hiciste a Abel.

¿Cuántas veces has tenido un problema que no tiene que ver nada con algo malo que tú hiciste, pero cada vez que lo tienes te acuerdas de lo malo que hiciste? La mayoría de los problemas que tú tienes, ni son el diablo, ni por un error que hayas cometido, sino que son problemas de la vida. Dale gracias a Dios, porque el que no tiene problemas es porque está muerto. Cristo dijo: En el mundo tendréis aflicción, mas confiad, yo he vencido al mundo.

La voz de la sangre de Cristo habla mejor que la de Abel, y lo que dice es que tú eres libre. La pregunta es: ¿Cuál es la voz que más tú oyes? ¿La voz de los que te acusan? ¿O la voz de Aquel que te hizo libre?
La voz de Cristo habla mejor, incluso, que aquello que a veces tú dices de ti mismo. La primera voz que la voz de Cristo tiene que callar es la tuya, porque la voz de la sangre de Cristo habla mejor de ti que lo que tú mismo piensas de ti.

Tienes que oír lo que dice la voz de la sangre de Cristo, que no tan solo tiene poder para salvarte, sino que tiene voz para hablarte, y habla más fuerte que la del mundo, más fuerte que la voz del pecado, más fuerte que la voz de aquellos que te acusan, más fuerte que tu propia mente. Esa voz dice que tú has sido perdonado, redimido, transformado, cambiado, que eres una nueva criatura en Cristo Jesús.
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