Romanos 4 nos habla acerca de cómo vivir
una vida de fe, por encima de nuestras circunstancias, usando como
ejemplo al padre de la fe: Abraham. Abraham no se debilitó en la fe; no
consideró el estado de su cuerpo ni la esterilidad de su esposa, Sarah,
sino que creyó a la promesa de Dios, por encima de estas cosas.
En Génesis 22, Dios le pide a Abraham
que le entregue a su hijo, el hijo de la promesa, aquel que se había
tardado 25 años en manifestarse. Y Abraham se encaminó para entregar a
Dios lo que pidió. Ese es el grado de fe al que debemos llegar como
creyentes, para poder vivir y experimentar de Dios aquello que solo un
pequeño grupo de personas experimenta.
Cuando vas a la casa de Dios, te expones
a la palabra y Dios comienza a levantar expectativas en ti, comienzas a
esperar cosas nuevas, te das cuenta que hay nuevos niveles para ti, que
hay paz, que se puede cambiar. La palabra de Dios llega a tu vida, y
tus sentidos comienzan a despertar. Sueños comienzan a levantarse en tu
corazón, y te das cuenta que lo que estás viviendo no es el final.
Pero, mientras vas madurando en el
Señor, te das cuenta que hay un próximo nivel, más allá de la mera
expectativa producida por una palabra: El nivel de las promesas de Dios.
Es entonces que comienzas a creer en las promesas de Dios sobre tu
vida. El detalle está en que la promesa de Dios se hace real, cuando tu
vida está en las peores circunstancias.
Dios le da una palabra a Abraham: Vete
de tu tierra y de tu parentela, a la tierra que te mostraré; y se
despierta expectativa en Abraham, y sale Abraham, sin saber a dónde,
todo porque oyó una palabra. Ahora, llegó un momento en que se encontró
con Melquisedec, quien le dice: Dios te va bendecir, por encima de lo
que has pensado; si crees que lo que tienes hoy, es todo lo que Dios te
va a dar, prepárate, porque viene algo más grande para tu vida. Pero
ahora, Abraham dice: ¿Cómo va a ser esto, si no tengo hijo? Es entonces
que Dios le promete un hijo.
En adelante, Abraham no caminaría por
una palabra, sino por una promesa. Ahora no estaría pendiente a la
tierra, a tener más posesiones, porque ya tenía todo esto; Abraham
estaría pendiente a la promesa. Veinticinco años esperando una promesa.
Todo lo que hacía era basado en una promesa de Dios y, mientras más se
complicaba su vida, más cercano estaba el cumplimiento de la promesa.
La promesa de Dios no se cumple en tus
mejores circunstancias. La palabra de Dios se cumple en todo tiempo en
tu vida; la palabra de Dios te saca de donde tú estás para mostrarte el
nuevo futuro que Dios tiene para ti, pero, cuando tú comienzas a caminar
en ese futuro, te das cuenta que Dios tiene cosas más grandes para tu
vida, y tu vida se comienza a complicar, y no hay congruencia con lo que
Dios te está diciendo que va a hacer y lo que estás viviendo; ya no es
una palabra lo que te sostiene, ahora es una promesa.
Dios te lo prometió, y se va a cumplir.
Cuando peor se ven las cosas, es cuando más cerca está el cumplimiento
de la promesa de Dios, porque la promesa de Dios solo puede cumplirse,
cuando tú no puedes hacer nada para cumplir la promesa de Dios, porque
no fuiste tú quien prometió, sino que fue Dios quien prometió que lo iba
a hacer en tu vida y, cuando ya tú dices: No hay más nada que pueda
hacer, solo me queda creer; prepárate, porque la promesa está más cerca
de cumplirse de lo que tú jamás habías pensado.
Si hoy dices: Ya no hay más nada que yo
pueda hacer; entonces dale gloria a Dios, porque ahora te puedes quitar
del camino, y dejar que Dios haga lo que él dijo que él iba a hacer en
tu vida.
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